23.11.10

La batalla cultural del español

El inglés, las nuevas tecnologías y las variaciones regionales son las presiones que soporta el idioma, que no se detiene: en EE.UU. los hispanos desplazaron a los afroamericanos y ya son la primera minoría étnica.


Por: Eduardo Villar.


"Una mancha lingüística en expansión, una lengua de migración y mestizaje". Esas son las palabras que eligió el escritor mexicano Carlos Fuentes para definir la lengua española. Esa mancha, formada por unos 400 millones de personas, admite una paradoja: crece y al mismo tiempo está en crisis. Hay un desafío y una batalla. El mapa en el que pelea por un lugar es el de un mundo globalizado donde el inglés, la lengua del imperio, es casi omnipresente. Hace poco se conocieron dos datos que dieron muchísima actualidad a la discusión sobre la situación del español en el mundo: el inglés y el español son las únicas lenguas en expansión y los hispanos se convirtieron en la primera minoría étnica de los Estados Unidos, desplazando a los afroamericanos. Son una nación dentro de una nación: 37 millones de personas —equivalentes a la población argentina—, que representan casi el 13 por ciento de los habitantes de Estados Unidos.
El español, rasgo central de la identidad cultural de los hispanoamericanos, soportará en los próximos años tres clases de presión. La primera es la inmersión en Internet y las nuevas tecnologías de la información, cuyos centros de desarrollo no son precisamente España ni Latinoamérica; la segunda, una difícil tensión entre el español de todos y el español de cada país, es decir, la necesidad de mantener la unidad sin perder la diversidad; la tercera, la fricción y el intercambio con el inglés.
La lengua es parte de la cultura. Además de servir para comunicarse, expresa una identidad cultural, y es un modo de pensar y de construir sentido. No parece casual que Fuentes haya comparado al español con una mancha, cuando el lema de la Real Academia Española, afortunadamente en desuso, parece la mala publicidad de un detergente: "Limpia, fija y da esplendor".
A veces uno puede elegir cuidadosamente las palabras. Bill Gates, por ejemplo, eligió la palabra Word para bautizar su procesador de palabras, que hoy es prácticamente el único que puede usarse para escribir un texto en una computadora. Dice al respecto Carlos Tomassino, director de Ingeniería de Sistemas de la Universidad Tecnológica Nacional de Buenos Aires: "El que genera el software generalmente es un angloparlante, ése es el problema". Si hay algún terreno donde el español está perdiendo feamente, es en Internet, donde el inglés es casi una dictadura. "Hay una sociedad de países nucleados en la Sociedad de la Información, una entidad paragubernamental, donde el español es una lengua prácticamente inexistente, lo que equivale a la exclusión de 400 millones de hispanoparlantes —dice Tomassino—. Se usa el inglés y el francés y en menor medida, el alemán, que son las lenguas de los países donde se generan la mayoría de los contenidos de Internet. La clave, en el ciberespacio, son los contenidos". La dirección electrónica de la "Comunidad eñe", un grupo de entidades que representan a países de habla hispana en la red, parece un chiste trágico sobre la debilidad de la lengua española en Internet: www.comunidadene.com (así, sin ñ).
Tomassino, que preside la Fundación para el Desarrollo del Conocimiento (Fundesco), integrante de esa comunidad, habla con amargura de esa realidad del español en la informática. "Tenemos suerte de que haya un mercado de teclados para los hispanoparlantes, que somos muchos, y por eso les interesamos. Pero ya hace mucho, desde la época de las máquinas de escribir, que nos acostumbramos a lo que yo llamo el qwertyismo, (la primera línea del teclado es qwertyuiop) que es la disposición de las letras del teclado pensada por y para angloparlantes. Nos hemos adaptado a esa disposición y ese ordenamiento del teclado. Es algo que nos ha penetrado de una manera increíble, cuando nuestras manos escribirían mucho más rápidamente con otra disposición". Nueve de cada diez hispanoparlantes son latinoamericanos. Los españoles son menos del diez por ciento. A la Real Academia Española no se le pasa por alto que la mayor vitalidad y el futuro de la lengua está en América y, por lo tanto, en los últimos años ha decidido abandonar la actitud de entidad normativa y rectora del idioma que todavía le adjudica el imaginario colectivo de los hablantes de español.
Españoles hay muchos
La imagen que busca ahora la Real Academia es mucho más horizontal y democrática. Quiere ser, casi, una más entre las academias nacionales de Hispanoamérica. De este lado del Atlántico, son muchos los escépticos y suspicaces respecto de la claridad de esas intenciones, pero lo cierto es que el director de la Real Academia, Víctor García de la Concha, ha viajado por lo menos 30 veces a América latina y visitó en 19 ocasiones las academias hispanoamericanas, la filipina y la estadounidense. El objetivo explícito es desarrollar una política panhispánica donde las academias trabajen por el español de todos y, al mismo tiempo, por el que se habla en su país. Mantener esa tensión entre un español que sigan sintiendo como propio 400 millones de hablantes y los más de veinte que se hablan en cada país —coinciden los especialistas— es el mayor desafío que enfrenta la lengua de Cervantes. En tren de demostrar que sus intenciones no se quedan en anuncios, la Academia publicará el año próximo el diccionario panhispánico de dudas y una Nueva Gramática de la Lengua Española, con expectativas de igualar las ventas del diccionario editado en 2001, que superaron los 750.000 ejemplares. De ese total, medio millón se vendió en Iberoamérica.
La Real Academia Española tiene un lugar en la larga lista de víctimas de la ironía certera de Jorge Luis Borges. El escritor solía decir que la Academia servía sólo para que su diccionario incorporara, de vez en cuando, el nombre de algún yuyo. Pero los tiempos han cambiado. Hoy el diccionario tiene el propósito de acopiar la diversidad lingüística hispánica, de modo que se está incorporando cantidad de americanismos. En ese trabajo tienen un papel central las academias nacionales, que deciden cuáles son las palabras más divulgadas en cada uno de los países y que merecen incluirse en un diccionario que represente a todos. De la misma forma, el diccionario panhispánico de dudas recoge problemas lingüísticos que se presentan en toda el área hispanohablante y a los que, por consenso, se intenta dar una respuesta. El objetivo es enfrentar el gran problema que tiene hoy el español: cómo mantener su unidad interna."Ahora hay una relación más interactiva de la Real Academia con las academias nacionales, pero yo creo que se trata, sobre todo, de una cuestión de mercado y que los españoles están dispuestos a imponerse en el mercado. Ahora España es un gran vendedor de libros, y un gran traductor como antes lo fue la Argentina". Quien lo dice es Alejandro Raiter, profesor de Sociolingüística y Psicolingüística y director de tesis de postgrado en la UBA. Más allá de las intenciones comerciales que pueda tener España, Raiter considera que hay que acompañar a la Real Academia en su política panhispánica. "Si no —explica—, vamos a empezar a pelearnos entre nosotros, los países latinoamericanos. Ahora todos decimos que la Real Academia no nos respeta lo suficiente, pero todos estamos de acuerdo con eso. En cambio, el día que tengamos que decidir entre el tú y el vos, va a ser un lío. Hay una tensión muy delicada entre la unidad y la diversidad". La enorme mayoría de los especialistas coincide con ese diagnóstico sobre cuál es el mayor riesgo que corre el español en el mundo. "Veinte países en un área lingüística inmensa —dice José Luis Moure, profesor de Historia de la Lengua (UBA), Investigador del CONICET y miembro de número de la Academia Argentina de Letras— implica una enorme dificultad para mantener la unidad. El reto es cómo hacer para que esto sea posible sin que todo intento de unidad sea visto como una forma de centralización. La única manera es que exista realmente un consenso de todas las naciones, según el cual convenga pertenecer a un dominio cultural común. Para esto, las naciones tienen que estar convencidas de que ese dominio cultural debe ser mantenido".
Palabras prestadas
Sin duda el escritor que más contribuyó a difundir en todo el mundo el imaginario social y cultural latinoamericano es el Nobel colombiano, Gabriel García Márquez. Sólo de su novela Cien años de soledad se vendieron unos 30 millones de ejemplares. Hace meses García Márquez dio otra sorpresa con su libro más reciente, Vivir para contarla: en pocos días vendió en Estados Unidos 50.000 ejemplares en español, obligando a editores y libreros estadounidenses a tomar muy en serio al mercado de libros en español. En realidad, los 37 millones de hispanos que viven en EE.UU. son, además de un enorme mercado de unos 270.000 millones de dólares anuales, una marca cultural profunda en el escenario estadounidense. Para algunos, la contracara de ese fenómeno es la invasión de anglicismos debidos a la velocidad con que aparecen nuevos términos en inglés que no tienen traducción al español. Según José Luis Moure, los anglicismos no son un problema grave. "Cuando se habla de los peligros del idioma —dice— inmediatamente se piensa en los anglicismos. Pero no hay lenguas puras, se construyen con incorporaciones permanentes de otros componentes léxicos. Qué sería de nuestro español sin los arabismos. Los galicismos en algún momento también fueron aterradores". Moure explica que, en buena medida, el fenómeno depende de necesidades técnicas concretas, de la falta de palabras específicas en nuestro idioma para nombrar cuestiones de la computación o la ciencia. Y agrega: "Si a esto se suma la incorporación de anglicismos por parte de los jóvenes, más permeables a las modas y a lo que imponen los medios, es muy difícil ponerle coto de manera consensuada entre todos los países de América. Pero yo creo que van a quedar las palabras que deban quedar y las demás van a desaparecer, como ha sucedido siempre". Alejandro Raiter coincide con este punto de vista: "Es cierto que hay mucho inglés en el español de hoy, pero no me preocupa. Esto en lingüística se llama 'préstamo'. Se toma prestada la palabra delivery, living o computadora (de computer). Pero en la medida en que, como computadora, pase a ser propiedad del español, o sea que entra en la morfología de nuestra lengua, no se lo vamos a devolver y va a ser español. Hoy se usa mucho 'faxear' por enviar un fax y probablemente en el futuro tengamos el verbo en el español, de la misma manera que hoy tenemos hamburguesa".
Los estudiosos también coinciden en que los idiomas no se degradan: cambian. Y recuerdan que si no fuera así, estaríamos hablando latín y no español, francés, italiano o rumano. Hay una diferencia importante, explica Moure, entre lengua escrita y hablada. "La gente habla perfectamente —dice— en la medida en que se haga entender, que es una de las funciones de la lengua. Pero hay una forma escrita, que tiene reglas necesarias para hacer de ella una lengua de cultura. Tiene que ser estructurada, con una gramática fija que permita el desarrollo científico, la ordenación y la exposición de las ideas. Es un código escrito, normativo, que debe ser respetado porque, si cada uno juega sus propias normas, el código se deshace y se acabó".
Lo que está en juego es, ni más ni menos, una lengua común que nos representa y nos da identidad frente al resto del mundo. Esa lengua, la nuestra, es uno de las poquísimos elementos de integración y de identidad real que tenemos. "Aunque de maneras diferentes —dice Moure—, todos hablamos este idioma. Y lo escribimos igual, nos permite comunicarnos en arte y en cultura, nos permite intercambiar universitarios, leer a Quevedo, a Borges, a Vargas Llosa o a Camilo José Cela. Es un prodigio. Una lengua que después de 500 años todavía sigue siendo legible. Es una maravilla".
Para Raiter, el español va a seguir cambiando, y habrá que hacer un esfuerzo grande en América latina para mantener la unidad lingüística. "La lengua va a cambiar siempre. Pero vamos a mantener nuestro español argentino —dice—, creo que estamos realmente muy lejos de perderlo. En el proceso, va a haber muchos neologismos y quizá vaya a haber también muchas palabras que entren en desuso, e incorporaremos, sí, muchas palabras en inglés". En otro momento, explica, pasó algo parecido con el francés. Pero ahora nos preocupa más porque sabemos que estamos en crisis y lo lingüístico es una de esas expresiones.

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