30.3.09

Entrevista a José Saramago

Sostiene que cuando la mujer llega a puestos de decisión pierden la solidez, la objetividad y la sensatez.

BOGOTA.- Durante su estada en Colombia, el premio Nobel de Literatura 1998, José Saramago, abrió una polémica sobre el papel de las mujeres y el poder. Sostuvo que le preocupa cuando una mujer llega al poder porque pierde la solidez, la objetividad y la sensatez que suelen ser diferenciadoras de los hombres.

-Los personajes femeninos de sus libros son más fuertes...
-Así es, pero no es un invento literario. Si miramos la realidad, las mujeres son más sólidas, más objetivas, más sensatas. Para nosotros, son opacas: las miramos, pero no logramos ir adentro. Estamos tan empapados de una visión masculina que no entendemos. En contrapartida, para las mujeres, nosotros somos transparentes. Lo que me preocupa es que cuando la mujer llega al poder pierde todo aquello. Hay tres sexos: femenino, masculino y el poder. El poder cambia a las personas.
-A pesar de sus decepciones políticas, usted se mantuvo firme en sus convicciones.
-Uno tiene convicciones y vive con ellas. Si las abandona, ¿qué queda? Nada. Aunque las cosas no sean tan puras como las imaginé, sigo siendo lo que fui. Al menos puedo decirme a mí mismo que no me dejé contaminar.
-Hace poco advirtió sobre el posible regreso del fascismo.
-De alguna forma ya se ve en la concentración del poder en organismos que no son democráticos. En Europa estamos asistiendo al resurgimiento de la derecha, a la presencia de la extrema derecha con insignias fascistas. ¿Y todo en nombre de qué? De que no estamos contentos. ¡Pero entonces hagamos una revolución! Una revolución que no necesite armas ni cause víctimas. En el fondo, yo lo resumiría en esta frase: no cambiaremos la vida si no cambiamos de vida. Hay que perder la paciencia.
-¿Cree que la literatura puede llevar a la paz?
-El libro, tomado como símbolo, puede contribuir. Pero tengo algunas dudas sobre esa afirmación tan rotunda. Los seres humanos somos muy complicados. Puede ocurrir que un torturador llegue a su casa y se ponga a leer. No podemos olvidar que los libros no son todos inocentes. Sería estupendo que nos llevaran a la paz. Si así fuera, la humanidad ya estaría salvada.
-Usted dijo que la literatura no puede cambiar nada.
-No cambia nada. La literatura tiene influencia en personas. Pero ¿el que dispongamos de Cien años de soledad desde hace una cantidad de años ha cambiado algo? No. La literatura es una aventura personal. Es como si nos dejaran en una isla desierta y tuviéramos que hacer nuestros propios descubrimientos, abrir senderos, buscar fuentes. Eso es la lectura. No tengo la esperanza de que mis libros cambien a la humanidad. Esa no es la función de la literatura.
-Sin embargo, en su libro Ensayos sobre la ceguera, busca abrir conciencias.
-Mensajes no me interesa enviar. Quién soy yo para hacerlo. Pero es cierto que a partir de Ensayo sobre la ceguera mis preocupaciones como escritor cambiaron. Lo expliqué en una conferencia que lleva el título de La estatua y la piedra. La tesis mía es que la estatua es la superficie de la piedra. Hasta El evangelio según Jesucristo, yo estaba describiendo la superficie de la estatua; a partir de Ensayo sobre la ceguera intenté pasar al interior de la piedra. A partir de ahí, los problemas que expongo van más al individuo.
-¿Cómo sería perder la paciencia?
-En Ensayo sobre la lucidez la gente perdió la paciencia. Elecciones, elecciones y elecciones... y nada cambia. Ahora está la paradoja de gobiernos de izquierda que hacen política de derecha.
-¿Cómo ve el resurgimiento de la izquierda en América latina?
-Hoy no veo nada más estúpido que la izquierda. Sufre de una especie de tentación maligna que es la fragmentación. Unos enfrentados a otros, por grupos, por partidos, por opciones. Hay una tentación autoritaria en muchos. De los ideales no queda nada.
-Pero sigue siendo comunista.
-Yo digo en broma que lo soy por cuenta de alguna hormona. No tengo más remedio. Ser comunista o ser de izquierda es un estado del espíritu.
-¿Queda la esperanza?
-La esperanza es como la utopía. Y si yo pudiera borrar la palabra utopía del diccionario y de la mente de las personas lo haría. Posponemos lo que queremos ser. La esperanza siempre la tenemos. Es lo que hace que la vida sea soportable.
-Frente a otros escritores que limitan su responsabilidad a sus textos, usted se compromete. Acaba de crear una fundación para trabajar por los derechos humanos y el medio ambiente.
-Bueno, cada uno hace lo que quiere. Pero yo creo que el escritor no es un ser desquiciado. Es un hombre que hace su trabajo, pero además es un ciudadano. Si su condición de escritor se sobrepone a la de ciudadano, entonces puede decir que su obligación la tiene toda con su trabajo (con el texto, que algunos nombran como una especie de hostia sagrada). Pero no es el texto lo que cuenta. Es el contexto. En ese contexto está el ejercicio de la ciudadanía.
-¿Por qué escribió Las pequeñas memorias, que narra recuerdos de su niñez y su preadolescencia?
-Era una idea que tenía desde hacía más de veinte años. En el fondo no fue difícil porque los recuerdos de mi infancia y preadolescencia se mantuvieron vivos en mi memoria. No tuve que hacer un gran esfuerzo. Fue un libro que escribí con emoción. Quería contestar una pregunta que a lo mejor muchos lectores se hicieron: ¿de dónde vino este hombre? Ahí está la respuesta: vine de lo que está escrito en ese libro. Y me dio una satisfacción personal. Si yo pudiera vivir otra vez la infancia, no cambiaría nada. Me complace no encontrar ninguna diferencia entre el niño que fui y el adulto que soy.
-No era un niño que pensara en ser escritor.
-No, yo no escribí una tragedia en cinco actos a los 9 años. Fui un niño normal, nací en una familia de analfabetos, en casa no tenían libros. Los libros comprados por mí (con dinero prestado) los tuve a los 19 años. Mi aprendizaje como lector lo hice en bibliotecas públicas. En ese sentido, soy un autodidacta. No tuve estudios universitarios. Ahora tengo casi cuarenta honoris causa y nunca entré en una universidad. Así es la vida.
-¿Cómo ve a los jóvenes?
-El gran problema es que los chicos y las chicas de hoy no tienen pasado. Sólo tienen presente. Nosotros, a esa edad, teníamos un pasado; no sólo nuestro, sino de la familia. Para las generaciones jóvenes el pasado no existe.
-¿Con qué idea creó la Fundación José Saramago?
-Dentro de sus funciones está el cuidado de mi obra. Pero, junto con mi esposa, Pilar del Río, quien la preside, queremos que la fundación intervenga en la vida. Será una pequeña voz, lo sé; no podrá cambiar nada, también lo sé. Pero queremos que funcione como si hubiese nacido para cambiarlo todo.
-¿Tiene tiempo para escribir, para pensar en un nuevo libro?
-La primera condición para escribir es sentarse. Me sentaré a principios de agosto. No será una novela, no será una continuación de las memorias. Todavía no sé qué me saldrá.

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